lunes, 21 de abril de 2008

Por buen camino (sobre el encuentro de escritores de Urueña)



Inútil abundar sobre las noticias aparecidas en todos los periódicos locales sobre el encuentro de escritores que ha habido en Urueña el pasado fin de semana: ahí están los nombres, el programa y las fotos, incluso las de personas que brillaron por su ausencia, que es una forma subsidiaria de brillar. Lo que me parece importantísimo es el hecho de que, por primera vez desde la inauguración de la Villa del Libro (marzo de 2007) ha sucedido en ella algo que está a la altura de aquel primer proyecto que ideó Jorge Manrique, de los gastos públicos que ha generado y de las ilusiones que en él han puesto los libreros y el Ayuntamiento de Urueña.

La organización corrió a cargo de una empresa que se dedica a montar este tipo de eventos y eso ha sido un gran acierto y una de las razones por las que todo ha tenido un aire más profesional que casero, cosa muy de agradecer cuando se quiere dar una amplia proyección a cualquier cosa. La elección de los autores que han acudido es tan opinable como lo sería cualquier otra. Teniendo en cuenta que cada vez hay más escritores, siempre existirá quien eche de menos a sus favoritos o quiera ver más o menos intereses en la elección de los invitados. Yo creo que, en este caso, ha habido un buen equilibrio entre generaciones, nacionalidades, editoriales y proyección mediática. Es decir, hemos salido del localismo, de la querencia por el 98 y del sota caballo y rey que hasta el momento caracterizaba al e-LEA, algo que me llena de esperanza. La Villa del Libro nació huérfana de padre por azares e intrigas, y por tanto bastante desorientada respecto a sus principales objetivos. La insistencia de algunos libreros en ascender más allá de las cumbres borrascosas de la subvención y algunas críticas aquí y allá han sido una probable causa de que se conmoviese la diamantina indolencia institucional y su tenaz inercia, y el resultado ha sido suficientemente digno como para que este pueda suponer el primer paso de un buen camino a seguir.



Para que este se consolide es indispensable la asistencia del público y aquí es donde yo encuentro la mayor dificultad. En este caso en particular se ha conseguido una asistencia suficiente por el método del compromiso y de la búsqueda. Tres clubs de lectura de Valencia y de Andalucía, personas del entorno de la Diputación o de la Junta, alumnos de algunos de los autores y un pequeño tanto por ciento de vecinos y visitantes de la zona han compuesto una masa bastante para que los escritores se hayan sentido a gusto y los promotores hayan suspirado con alivio. Sin embargo, seguía habiendo un desequilibrio entre el número de asistentes y la categoría del evento, cosa que se ponía de manifiesto, por ejemplo, cuando se solapaban dos encuentros: si el primero se prolongaba, como solía suceder, porque la gente estaba a gusto debatiendo o preguntando, entonces el segundo estaba vacío y el autor tenía que esperar a que concluyese el acto anterior para que los asistentes se trasladasen a su encuentro; así, el respetable era conducido de un lugar a otro porque no había suficientes asistentes para dividirse en función de sus preferencias o de lo que quiera que sea. Por otra parte, la inclusión de unos talleres de escritura creativa en el mismo horario de los encuentros hizo que se apuntase tan poca gente que uno de ellos tuvo que ser suspendido.

A mí eso no me parece grave en principio. Creo que todo lo que no surge de manera natural tiene un periodo de implantación necesariamente deficitario. Y está muy claro que en estos pagos la cultura no surge de manera natural porque no hay elementos previos que la hagan surgir (me refiero concretamente a la democracia y al civismo, ya que el bienestar económico, que es el tercer elemento, sí existe, como podemos comprobar por el incremento del parque automovilístico, por ejemplo). El que en un momento dado se haya hecho un uso político de la cultura ha traído consigo algunos esperpentos pero también un acierto como este del que hablamos. Ante la tesitura de dilucidar si ha sonado la flauta por casualidad o si estamos ante una nueva manera de hacer las cosas, yo me inclino a augurar la segunda posibilidad, aunque solo sea por las ganas que tengo. Y para que la balanza se incline de este lado, sugiero que se empiecen a cultivar futuros asistentes con las miras puestas en el encuentro del año que viene.

De este, me quedo con la lucidez y la melancolía de Javier Tomeo, con la forma que tuvo Luis Mateo Díez de leernos un cuento, con la sonrisa de Andrés Neuman; con la ilusión con la que Cari asistió a todos los actos con lápiz y papel, con la enternecedora compostura de Cristina, su hija de ocho años, con el discurso de mi alcalde, del que espero que haya tomado nota la Consejera de Cultura, con el apoyo personal de Ramiro Ruiz Medrano, que asistió "fuera de su horario laboral"; con el asombro de los visitantes ante la belleza de una Urueña especialmente ventosa ese fin de semana, con las tertulias improvisadas en Los Lagares, con el mensaje común de todos los creadores: "el cuento se escribe a sí mismo pero hay que asistir a su evolución durante largas horas de trabajo"; con la comunicación amorosa que se produce siempre entre Martín Garzo y sus lectores, con mis vecinas mayores sentadas en primera fila para ver a Carmen Posadas, con la voz y la elegancia de Tomás Hoyas presentándola, con Dámaso hecho un pincel, con esa sensación de que lo mismo por fin empezamos a estar donde tendríamos que haber estado hace tanto tiempo y donde ya desesperábamos de estar que resume tan bien la frase de un "vecino consorte": "Ni en tres reencarnaciones me hubiera imaginado esto". Lo mismo que podría haber dicho, en el caso de que entonces lo hubiera, un testigo del principio del fin de los dinosaurios.


Luisa Cuerda





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