viernes, 11 de abril de 2008

Las Sirtes de Gracq





Todos morimos, pero ellos un poco menos. Me refiero a los que dejan tras de sí algo que merece la pena que permanezca en nuestra memoria. Ellos pasan a ser algo nuestro; así que, me gusta pensar, cuando morimos los comunes mortales nos llevamos más de lo que nos ha sido propio en una sola vida: nos llevamos historias, imágenes, experiencias que otros han sabido contarnos, otras vidas, sensaciones y personajes que enriquecen la nuestra. La lectura es vivir muchas vidas.

Hace tan sólo unos meses se fue Julián Gracq y en mi memoria quedará para siempre sus descripciones poéticas de ‘El mar de las Sirtes’ esa Señoría de Orsenna entre la niebla y la oscuridad de sus canales, que fluye lentamente en medio de una guerra latente, con un lenguaje sinuoso y alegórico, que va atrapándonos como la niebla: “Me parecía que acabábamos de abrir una de esas puertas que se traspasan en sueños. Me sentía dominado por la sofocación de una alegría perdida desde la infancia; ante nosotros estallaba de gloria el horizonte, como arrebatado por el curso de un río sin orillas me parecía ahora estar repuesto del todo, una libertad y una simplicidad milagrosas lavaban el mundo; por primera vez veía alborear el día”.

Los habitantes de Orsenna y los de el Farghestán llevan trescientos años en guerra, ya han olvidado porqué se odian, pero se empeñan en ello. No hay salida, es la historia del mundo obsesionado por conquistar otros países y absorberlos. Parece ser que el mundo se ‘conserva’ por las guerras, por el poder. Aunque también hay en el Farghestán (mirado desde Orsenna, claro) algo de ‘lo soñado’, lo deseado, lo que se magnifica por desconocimiento. Y nosotros permanecemos expectantes tras la calma de las aguas y la inquietud de lo inexplorado.

Gracq se mueve por unos paisajes con tempos metafóricos que son un auténtico lujo para el lector que ama las palabras y se detiene entre ellas. No hay que tener prisa en su lectura pues uno de los temas es ése, la espera. Igual que deseamos saber que ocurre más allá de la niebla que no nos deja ver, también se percibe el deseo a lo largo de la obra. El deseo amoroso que tras el misterio surge paralelamente a la historia contada. Ella, porque siempre hay un ‘ella’, se llama Vanesa. Aldo, el joven protagonista, llevará a Vanesa a Citeres y Gracq nos lo cuenta adjetivando y calificando in crescendo para más tarde acabar la escena diciendo: “deslicé mi brazo debajo del suyo y la obligué rudamente a inclinar su cabeza en mi hombro; en un segundo pareció disgregarse y entorpecerse ,se convirtió toda ella en un peso ardiente y blando, totalmente entregada y desplomada sobre mi boca”

El viaje nunca es solo eso y en las Sirtes existe también un viaje hacia el mito, hacia la búsqueda. Tras ella, llega la serenidad como las aguas de Orsenna, y al final seguimos esperando, y vigilando, los lectores esperamos y deseamos la seducción continua, esperamos mientras nos perdemos en esa embriaguez que te rodea mientras lees, parece un sueño. De hecho en la obra algunos ven un halo surrealista en cuanto al fondo y también a la forma, no en vano Gracq bebió de las fuentes surrealistas. Pero creo que es lo de menos.




Las insinuaciones y la seducción a la que Gracq somete al lector están continuamente bordeando los sueños más que ninguna otra cosa. Los decorados que maneja así nos lo hacen sentir. Todo se nos antoja decadente, hacia el ocaso, no aparece la sensación de que algo se va a solucionar en cualquier momento, no hay lugar para la esperanza. Todo esta en tinieblas, en una calma chicha que tan genialmente Gracq nos muestra. En la provincia de las Sirtes la paz no les es suficiente, necesitan vencer al enemigo. La guerra, ¿es una necesidad humana o del Estado? Recordemos que Garcq estuvo en la guerra y cayó prisionero.

Puede sorprender un lenguaje tan poético y tan densamente bello para moverse en un tema como la guerra, una guerra ciega, sin conocer al enemigo, incluso deseándolo. “¿Con que vienen?-dije, y toda mi cólera se desvaneció de golpe para dar paso a una sensación de certidumbre y tranquilidad maravillosa; era como si el sopor de la arena hubiera sido traspasado de pronto por el rumor de miles de fuentes; como si, con el choque de los millones de pisadas del ejército misterioso, floreciera el desierto a mi alrededor hasta el infinito”

Desde luego quien quiera hacerlo, deberá pasear por la Señoría de Orsenna con calma, saboreando las palabras, reteniendo la niebla para sí, sintiendo la humedad en los huesos para estar más cerca de Julien Gracq.



Laura O.

No hay comentarios: