martes, 27 de mayo de 2008

Más fútbol y menos poesía





Hora es, conciudadanos, de romper una lanza (¿o diré mejor un poste, o un larguero, o un banderín de córner?), de reivindicar aquel viejo deporte, hoy caído en desuso, casi al borde (¿del área?) de la extinción, sí, lector dilecto, desmemoriado lector, al fútbol voco, clamo, me refiero, el noble balompié que un día fuera comparado con la vida por los mejores de los nuestros, ay, con nuestro devenir en el cosmos, nuestra trayectoria estelar…

Poetas hubo que trazaron ángulos sin peso y sin medida, ángeles raros que dibujaban líneas de estupor sobre el césped, aquellos céspedes traídos del Edén, de la memoria, yerbas (como briznas de verdad) que aunaban su minucia atentísima para ser pasto de los pies alados de los héroes…

¿Alguien recuerda hoy a Zinedine Zidane, su silencio perfecto, la música que hacía brotar de las esferas (o de los esféricos)? De la trigonometría magistral de Fernando Redondo, la cátedra de Beckenbauer y la femenina, alígera musa de Johan Cruiff ¿qué se hicieron? Porque ellos sí dijeron campos de verdad y elevaron estadios de belleza, como quisiera Kyats, no esta caterva de vanidosos y pedantes cortadores de versos que hoy llenan las tertulias literarias de la televisión, las noticias de todos los periódicos, los ecos del corazón y los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa. Señor... Dichosa edad, siglos dichosos aquellos a quienes los antiguos dieron nombre de dorados, en que los poetas eran puestos a la puerta de la Polis. Hoy en cambio han tomado el poder, sus libros insufribles, todos llenos de páginas, cimentan el edificio social. ¿Y qué puede esperarse de una civilización, de una cultura como un ídolo con pies de pulpa de papel? La respuesta es sencilla: caer como un castillo de naipes, con apenas estrépito, sin levantar siquiera un átomo de polvo, no digamos de pasión, de compasión.

Evoco aquellos domingos chisporroteantes y eléctricos del carrusel deportivo. ¡La Liga!, qué bello nombre para un torneo viril, de caballeros armados de filos implacables, pero también de generosidad y de ternura, “Si no fuera duro no estaría vivo, si no pudiera ser dulce no merecería estarlo”, confesó en cierta ocasión, ante las periodistas entregadas, Raymond Chandler, delantero centro del Manchester United. Hoy el tedio, el spleen, la angustia del retorno del fin de semana se elevan a de desesperación escuchando a esos cafres de poetas, torturadores (retóricos) de la lengua limpísima de nuestro capitán Cervantes, de la luz inconsútil de Velázquez, de Del Bosque, de Pelé, de Maradona, de don Alfredo Di Stefano. Vedlos ahí, ufanos, afanados en rebozar sus metáforas de pólenes oscuros, de venenos como labios. Ese programa de “La moviola del Tropo” en que se analizan hasta la saciedad deleznables y futiles figuras literarias, y se especula sin fin sobre imágenes en el espejo, debería ser retirado de las cadenas públicas, o al menos no ser exhibido en horario de máxima audiencia. Por Dios, que lo ven nuestros hijos...

Hora es, conciudadanos, de elevar nuestra voz, nuestras manos (como cuando se hacía la ola en las tribunas), de tomar conciencia de la situación y comenzar a adoptar serias medidas. Coincido con nuestro bienamado regidor en la necesidad de limitar el número de librerías por calle. Que haya al menos una distancia de 14 metros (catorce versos dicen que es soneto) entre una y otra, que las ruidosas fiestas de presentación de novedades literarias que se celebran en ellas no perturben el descanso a que tienen derecho los vecinos… en fin, habrá que armonizar con delicadeza esa red (¡ah las mallas sutiles de las porterías!) de derechos civiles, pero un comienzo es un comienzo. Como celebro asimismo que nuestro dinámico y entusiasta presidente de la Diputación haya sugerido como aconsejable el número de 11 librerías (¡once, como los jugadores de un equipo de fútbol!) para localidades de menos de 200 habitantes, excepto Urueña, claro es, pueblo de pastores ilustrados, Arcadia de rebaños de palabras donde quisieron acabar sus días el pastor Quijótiz y el zagal Pancino. Ítem más, que nuestro presidente Herrera, gran lector, por otra parte, que ser aficionado al fútbol no quita lo valiente, baraje en estos momentos la conveniencia de desvincular el día del Libro del día de la Comunidad, el 23 de abril, no deja de ser alentador.

Avancemos por esta nueva vía. Regalemos a nuestra juventud (la que fuimos, la que seremos en quienes nos seguirán) un balón de reglamento. Que se juegue con él en los patios de los colegios, hoy llenos de pequeños lectores sentados en el suelo, absortos (como idos, en Babia), abstractos, extraviados en las provincias del aire de sus sueños. Envenenados. Irrecuperables. Será duro. Quizá no sobrevivamos, pero merece la pena luchar. Hay que salir a darlo todo los 90 minutos. Un partido no se acaba hasta que suena el pitido final. ¡La Liga es la Vida! ¡Menos poesía y más fútbol!



Eduardo Fraile Valles





viernes, 23 de mayo de 2008

Sueños desde Guantánamo




Parece ser que en las prisiones también se sueña. Lo han demostrado a lo largo de la Historia algunos a quienes, andando el tiempo, se ha idolatrado con la misma pasión con la que previamente se les privó de libertad; como al soldado Miguel de Cervantes, cautivo durante cinco años y medio en Argel y preso con posterioridad en España. Fue en la cárcel de Sevilla donde comenzó a escribir el Quijote, novela a la que le ha cabido en suerte ser indiscutidamente aclamada, de tal modo que citarla es garantía de éxito. Tal vez por eso, el calígrafo Keith Adams eligió un fragmento de la obra para caligrafiarlo en la pared del taller de caligrafía Alcuino, uno de los locales de la Villa del Libro de Urueña.






Pero hay otros presos que también sueñan, para demostrarnos que quinientos años no son nada en la tediosa rueda del destino. Y, entre torturas y desesperación, escriben sus poemas con pasta dentífrica para que sus carceleros los censuren y entreguen el resto a sus abogados. Están por dilucidar las razones de este mínimo gesto de compasión que permite que salgan a la luz los olores del inframundo: yo aventuro que en todos los seres humanos, también en los que encadenan a otros, alienta un soplo divino; hay quien opina, sin embargo, que los carceleros no han entendido nunca de poesía. “Poems from Guantánamo: The detainees speak” se publicó en 2007 en la Universidad de Iowa. Entre sus autores habría buenas y malas personas, idealistas y fanáticos, patriotas y soldados de fortuna, implicados y no implicados, hombres bien educados y patanes. Pero eso fue antes de su detención y de su tortura: ahora, dignificados por la abyección de sus captores, se han convertido en poetas de un apocalipsis que aguarda el final de su noche tenebrosa. Y el calígrafo Keith Adams ha traducido al español uno de esos gritos y lo ha caligrafiado en la pared del taller de caligrafía Alcuino, aquí en Urueña, al lado de los sueños carcelarios del soldado Cervantes. Un fragmento dice: “…sabiendo que después de las horas oscuras de la noche, el amanecer del orgullo se alzará.” Difícil imaginar ese lugar de muerte desde una villa medieval recién pintada donde se subvenciona la cultura para atraer al turismo. Aterrador intuir lo que ese “amanecer del orgullo”, soñado desde la fuerza que da la más profunda humillación, supondrá algún día para el futuro del mundo que conocemos. Estamos teniendo un mayo espléndido, justo el mes en el que otro prisionero, también medieval, maldecía en verso al ballestero que le había matado la avecilla que le proporcionaba su única alegría en las madrugadas oscuras. No es de ahora la vecindad, con un muro de por medio, de la belleza y del horror. Por eso, que en una pared de esta “ciudad alegre y confiada” haya brotado un poema escrito en el infierno es una gran oportunidad para recordar, entre paseos por el campo, compras y festines, los otros mundos que hay en éste; y cómo las palabras pueden devolvernos nuestra condición humana aún en el peor de ellos.


Luisa Cuerda

domingo, 18 de mayo de 2008

Letras de amor, según Manguel




El apellido de este argentino, ya francés, es sinónimo de ratón de biblioteca, de escrutador del fenómeno de la lectura y estudioso del placer que ésta procura. Su última aportación a la extensa lista de títulos metaliterarios que ha firmado es ‘Breve tratado de la pasión’ (Lumen, 2008). Y cualquier lector curioso, que haya bebido en fuentes ajenas antes de escribir una carta de amor, encontrará conocidos en los textos seleccionados por el autor de ‘En el bosque del espejo’. Desde la correspondencia amorosa –ésa que no tiene perdón cuando es mala y se transmuta en género rey si le acompaña la calidad-, a reflexiones en torno a la cadena humana que más libertades ha hecho anhelar, pasando por poemas, súplicas y misivas de pura intendencia, Manguel recorre algunos de los pliegues más domésticos y cercanos de personajes como Napoleón, Chopin o Enrique VIII.

Ya en el círculo de los moralistas franceses nos advierte Ninon de l’Enclos en una carta dirigida al marqués de Sévigné “¿debo deciros qué es lo que hace al amor tan peligroso? Es nuestra tendencia a hacernos de él una idea demasiado elevada” (1650). Ella, tan lúcida, le pedía a su remitente que considerara que sólo su “aspecto exterior es de mujer, mi corazón y mi mente son completamente masculinos”. Curioso abandono de su sagacidad que otorgaba sexo a la inteligencia. Pero como era una carta privada, sólo sacada a la luz por el morboso afán recuperador de las generaciones de siglos posteriores, la humanidad no aprendió de ella y se empeñó en hacer del amor un motor que organiza el corazón y la sociedad.

Un siglo antes Suleimán el Magnífico, bajo el seudónimo de Muhibii, describía el encuentro con su sultana como “mi día libre de pena”. También para Joyce pensar en su Nora Barnacle significaba ponerse de buen humor, convertir un lunes irlandés en un día luminoso y escribir a su amada era un intento de hacer que a ella le ocurriera lo mismo. Las cartas del romántico Chopin a Delphine Potocka (1835), en cambio, limitan el apasionamiento a su música –todavía no había aparecido George Sand en su horizonte-. En ellas lamenta la existencia de las mujeres que distraen a su cuerpo del pentagrama, “¡con razón los santos llamaban a la mujer la puerta del infierno!”. Y como si quisiera redimirse de la distracción profesional, se refiere al sexo de su amada como su ‘re bemol mayor’.

La ansiedad homosexual de Whitman, la sinceridad de Victoria Ocampo –“no juguemos con las palabras…es algo que no hago con nadie”-, los sueños de amor libre de Rosa Luxemburgo –cómo prepara su vida en pareja sin anillos de por medio-, la apasionada dependencia de Zelda Fitzgerald –“estar sin ti es como pedir clemencia a una tormenta o matar la Belleza o hacerse viejo”-, la maquiavélica lucidez de Lucrecia Borgia –“sé que la sola espera de lo que se desea representa la parte mayor de la satisfacción, pues la esperanza de poseerlo aviva el deseo”- o la digna y agónica advertencia del preso Miguel Hernández –“no me mates que no vas a poder vivir sin mí”-, son algunas gavillas de amor recogidas por Manguel.

Es larga la relación de personajes, pinceladas de su lado menos glorioso y más íntimo. Se echa de menos aportaciones al tema tan geniales como las cartas del joven Hölderlin a su Suzette o las de Pedro Salinas a su Katherine Whitmore. Quizá las haya reservado el autor para una monografía. A fin de cuentas es un volumen reeditable ampliado cada año. Quedémonos con el propósito del misterioso Georgie Borges que se prometía ante Estela Canto en 1945: “no volveré a entregarme a la piedad por mí mismo”.



Viernes.




martes, 6 de mayo de 2008

La doble expresión de Manolo Sierra



La 41 Feria del Libro de Valladolid ha homenajeado a Manolo Sierra. Un montón de ilustraciones sacadas del baúl de los olvidos aparecen enmarcadas en la carpa de la Feria. Dibujos para todo tipo de causas, perdidas las más y ganadas las menos, pero siempre frescas en el momento en que recabaron su atención, se pueden contemplar en sus paredes provisionales.

Porque Manolo, además del pintor permanente de sus propias visiones, del muralista requerido y del cartelista solicitado, ha acumulado a lo largo de años un montón de dibujos e ilustraciones sobre todo tipo de motivos. Temas reivindicativos de las asociaciones de vecinos y de todo tipo de entidades ciudadanas, ya fueran ecologistas, sindicales, políticas, artísticas, universitarias, motivadoras de contestación o simplemente de lugares de encuentro, reproducidos a lo largo de años en trípticos, revistas y catálogos se muestran ahora aquí para recuerdo y testimonio de su tarea, que viene de muy atrás.




Y es que Manolo, al que nunca le oí dar un no cuando se le planteaba ilustrar el escrito de una actividad cívica rebelde, crítica y librepensadora, nunca cobró un duro por ello y sin embargo se colocaba con su actitud y su aportación en vanguardia del mensaje. Manuel Sierra ha aportado a todas las expresiones escritas del movimiento ciudadano su complemento: una imagen que captaba lo que los entes urbanos pretendían difundir, que lo reinterpretaba y además lo transcendía con su propia representación. ¡Cuántas publicaciones se han recordado por la imagen añadida de Sierra más que por los planteamientos esgrimidos en sus páginas! Le oí comentar en la mesa redonda donde se le homenajeó el domingo pasado que él siempre ha hecho las cosas por amor a las causas justas o por ira. Manolo Sierra, instintivo, audaz y auténtico, nunca ha dudado. Cuando ha considerado que una acción colectiva estaba fundamentada y merecía dar la cara por ella, ha respondido. Cuando la ira de los acontecimientos, de los que hemos vivido muchos en este país de manera especialmente intensa, le ha sacado de sus casillas ha apostado por representar no sólo su cólera, sino la cólera de los vencidos y de los subestimados.




La colección de representaciones que se ofrecen en la carpa de la Feria del Libro forman parte de la interpretación del mundo cotidiano por Manolo Sierra. De su solidaridad con los resistentes de toda especie, de la imaginación iconoclasta y superlativa con la que se nutre y confluye en la expresión libre de las actividades sociales. Al final del acto de homenaje, nuestro casta Manolo leyó un texto que vincula expresión literaria y expresión pictórica, la doble expresión que salva, y que reproducimos a continuación.

Joaquín Ruiz.






Tengo que agradecerle mucho a Begoña Orellana que me propusiese hace una temporada, preparar una Exposición de ilustraciones (hechas por mi, claro) porque así tuve ocasión de bucear por los cajones del taller donde trabajo, donde pinto, donde escribo, donde dibujo y donde vivo, hasta encontrar tres carpetas repletas de dibujos con lo que ilustré a lo largo de años artículos de prensa, revistas, libros, catálogos... en fín, dibujos que acompañaron a textos escritos por otros. De no ser por esta propuestas de Begoña para esta edición de la Feria del Libro de Valladolid, esos cientos de dibujos que encontré, dormirían el sueño del olvido alejados de mi memoria, una herramienta ésta que utilizo poco y que tengo muy olvidada.

El buceo entre papeles se produjo con una mezcla de expectación, de sorpresa y de vértigo. Expectación porque no sabía que tuviese tanto material –dado que la mayor parte de los dibujos originales que te encargan se pierde por el camino (empleando una expresión suave) y por lo tanto en tu remoto consciente no cuentas con ellos-. Expectación también porque no sabía con qué me iba a encontrar ni si podría preparar la exposición.

Después de la expectación, sorpresa al encontrarme con tantas piezas, muchas de ellas recordadas y otras muchas ignoradas.




Y con todo el trajín de abrir sobres y carpetas, desplegar papeles y retirar solapas, se te levanta un estado de ansiedad que trae consigo vértigo, vértigo del tiempo a través de esos dibujos que cuentan pequeños trozos de nuestras vidas en poemas, artículos, columnas, prólogos, relatos, en fín, ocasiones todas para contar algo a los demás y de contarlo mano a mano el que escribe y el que dibuja.

Para esta exposición seleccioné ilustraciones realizadas con distintas técnicas, en distintos formatos y desde distintos enfoques, como distintos son los argumentos, los autores y los textos.

Entiendo que ilustrar (que debe querer decir “dar luz”) es buscar o encontrar más bien una imagen que sintetice un texto en su totalidad o en distintos momentos de la escritura. Las maneras para conseguirlo supongo que son tan variadas como lo son lo modos de dibujar y las técnicas empleadas: hay ocasiones en las que el propio texto te proporciona la pista al estar construído con imágenes especialmente perfiladas y visualizables por quien escribe y para quien lee lo escrito. La tarea del ilustrador, en estos casos, es más sencilla, más lineal. Otras veces, tal vez por lo íntimo y hermético del texto escrito, el ilustrador tiene que encontrar imágenes para relatar la sensación de lo escrito y así tiende a separarse de la resolución llamémosla “descriptiva”.

Yo soy de la banda de quienes piensan que todo lo que existe puede ser (no sé si debe) nombrado con palabras y que las palabras lo son porque pueden ser imaginadas, es decir, representadas con imágenes y al revés: las imágenes existen porque pueden ser nombradas, dichas o pensadas con palabras. Palabra e imagen son para mi términos hermanos.

La elección que yo hago del lenguaje figurativo para ilustrar e incluso para pintar no es más que uno de los frutos de esa relación que establezco entre las imágenes y las palabras; de las palabras entendidas como uno de los medios más potentes del que nos servimos para contar algo o simplemente para decirlo.

Vengo de la costumbre familiar de leer, de los libros y del olor a libros, del sonido de las hojas al pasar, del tacto del papel y de la costumbre de la lectura en voz alta en la galería o en la cocina o en la cama, de la costumbre de lo contado, de las imágenes que saltan de las palabras al pensamiento y quedan suspendidas en el aire, en el imaginario de todos. Estoy hecho así desde niño y desde que fueron niños mis padres y los padres de ellos y todo esto creo que tiene que ver con la ilustración, de cuando dibujo ilustrando, cuando hice estas ilustraciones de la exposición.

La lectura, como el contacto con lo contado y la ilustración como otra manera de seguir contando lo contado, contando un poco más ( no más de mejor sino más de además) .

Creo que ilustrar no es algo especialmente aparte sino que forma parte de un todo expresivo y en el mejor de los casos comunicativo para quien viva en medio de la pintura, del dibujo, del color y de las formas. Para mi ilustrar un texto es otra forma más de ser pintor y es también una disciplina para pisar tierra en este oficio que conduce fácilmente a creer que lo que haces es de díficil comprensión por aquello de lo “creativo”y lo “artístico”; palabras ellas que te puede alejar de los demás enseguida.




Creo que interpretar ilustrando lo pensado y escrito por otros es una buena cura contra el egocentrismo al tener la ilustración un claro hecho socializador del que dibuja y de lo dibujado. Dado que la ilustración es una expresión o un lenguaje público o casi público que nos exige a quienes la practicamos un imprescindible debate con el autor, con su texto y con el receptor del escrito y de la ilustración (Si es que de dos realidades en lugar de una se tratase).

Últimamente oí y leí en varios sitios que los de León somos especialmente dados a contar. Aparte del truco publicitario para vender más libros puede que sea cierto, considerando incluidos a otros muchos autores de tierras frias también, con otoños e inviernos largos y primaveras y veranos cortos, con horizontes altos y con menos horas de luz solar, con tierras repartidas en trozos pequeños y economías de subsistencia donde hay mucho tiempo para pensar y como pensar a veces ahoga, tiempo para hablar, para escribir y para dibujar contando a los otros incluso lo que ellos ya saben.


Y mientras escribo estas líneas en plena noche, puedo ver desde aquí las laderas floridas amarillas y violetas entre la hierba que silba con el aire frio y puedo ver la sonrisa azul de Tino Gatagán.


Manuel Sierra. Valladolid, 4 de mayo de 2008