Las maletas pueden guardar algo más que calcetines, mudas, pijamas, maquinillas de afeitar o cepillos de dientes. Pueden preservar también memoria: cartas que no se desean destruir, recortes de periódicos, pulseras regaladas, pequeños objetos de la infancia, alguna foto de los viejos tiempos. Y a veces deparan la sorpresa de haber salvado de la incuria del tiempo viejos escritos: novelas de juventud, o consideraciones autobiográficas, por supuesto, absolutamente inéditas. Algo de esto había en la maleta que el padre de Orhan Pamuk legó a su hijo. Para el hijo, allí se guardaban claves de la vida de su padre, pistas del alejamiento voluntario de la familia que llevó a cabo éste.
Pamuk, es ese habitante de Estambul de mediana edad que recibió el Nobel de Literatura en 2005, y que hace treinta años decidió convertirse en ciudadano del mundo a través de la lectura de la literatura occidental y sobre todo a base de practicar la escritura, en conflicto incluso con el nacionalismo fundamentalista latente en la sociedad turca.
Pamuk, es ese habitante de Estambul de mediana edad que recibió el Nobel de Literatura en 2005, y que hace treinta años decidió convertirse en ciudadano del mundo a través de la lectura de la literatura occidental y sobre todo a base de practicar la escritura, en conflicto incluso con el nacionalismo fundamentalista latente en la sociedad turca.
La maleta de mi padre son tres brevísimos trabajos, aunque no banales, que la editorial Mondadori editó en 2007. Uno de ellos es precisamente el discurso de entrega del Premio Nobel. En ellos, y con un estilo de comunicación directo con el público, habla de sus motivos para escribir, de la naturaleza de la misma escritura, del poder de la evocación, de la necesidad de leer todo lo posible. Entresacamos un párrafo acerca de sus razones, digamos, profundas.
“Como todos ustedes saben, la pregunta que más a menudo se nos hace a los escritores, la que más me gusta es la siguiente: ¿Por qué escribe? ¡Escribo porque me sale de dentro! Escribo porque soy incapaz de hacer un trabajo normal como los demás. Escribo para que se escriban libros parecidos a los míos y yo pueda leerlos. Escribo porque estoy muy, muy enfadado con todos ustedes, con todo el mundo. Escribo porque me gusta pasarme el día entero en una habitación escribiendo. Escribo porque solo puedo soportar la realidad si la altero. Escribo para que el mundo entero sepa la vida que hemos llevado y seguimos llevando yo, los otros, todos nosotros, en Estambul, en Turquía. Escribo porque me gusta el olor del papel, de la pluma, de la tinta. Escribo porque más que en cualquier cosa creo en la literatura y en la novela. Escribo porque es una costumbre y una pasión. Escribo porque me da miedo ser olvidado. Escribo porque me gustan la fama y la atención que me ha proporcionado la escritura. Escribo para estar solo. Escribo porque puede que así comprenda la razón por la que estoy tan, tan enfadado con ustedes, con el mundo. Escribo porque me gusta ser leído. ... Escribo porque infantilmente creo en la inmortalidad de las bibliotecas y en cómo mis libros están en los estantes. Escribo porque la vida, el mundo, todo, es increíblemente hermoso y sorprendente. Escribo porque me resulta agradable verter en palabras toda esa belleza y esa riqueza de la vida. Escribo no para contar una historia sino para inventar una historia. Escribo para librarme de la sensación de que hay un sitio al que debo ir pero al que no consigo llegar, como en un sueño. Escribo porque no consigo ser feliz. Escribo para ser feliz”
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