De vez en cuando alguien me pregunta
¿qué libro me recomiendas para este fin de semana? Y me pone en un apuro, porque recomendar libros me resulta tan maniqueo y dudoso como dar consejos en general sobre la vida. No estoy segura de que deba hacerlo, y menos con carácter de autoridad, ni me parece justo ni adecuado tratar de imponer mis preferencias. ¿Con qué criterios puedo nombrar unas obras e ignorar otras? ¿Es que acaso lo que a mi me gusta le va a gustar a mi amiga? Y al final concluyo
mira, que cada cual lea lo que quiera y que cada cual viva como le plazca... Pero creo que es un pensamiento de tolerancia digamos formal y hasta un tanto cínico, porque a continuación pienso
pero si no lee tal cosa, lo que se pierde...Y es que no es lo mismo arriesgarse una en la lectura, que aconsejar al albur a otros.
De todos modos, huyo de pontificar sobre las bondades aceptadas socialmente acerca de la lectura. No sé si leer hace a los hombres más buenos, más solidarios, más cariñosos, más sinceros, más inteligentes y capacitados...pero lo que seguro que la lectura nos vuelve es más juguetones, más abiertos, más indagadores, más locuelos, más iconoclastas, más seductores (y seducidos) o sea, todo eso que resultaría absolutamente inútil a la hora de rellenar un currículum para que te contraten en una empresa. Lo siento, pero es que no me convence la demagogia comercial ni la moralina al uso sobre las supuestas propiedades elevadas, con trasfondo de ventas, que acarrea leer.
Sin embargo, acepto que la lectura es un remedio para la supervivencia. Acaso no apreciamos lo suficiente lo que puede suponer para cada individuo en medio del fragor cotidiano. Sólo en situaciones límite es cuando más la valoramos: conozco casos de personas que han padecido en la cárcel duras condiciones de aislamiento vengativo y que han vadeado su hundimiento anímico leyendo a los clásicos. Sé de enfermos muy tocados y al borde de la depresión más destructiva, así como de gente con crisis galopante en sus años de vuelta de la vida, que han enderezado su fortaleza entregándose a las narraciones más dispares. O de individuos comunes que compensan los desasosiegos ordinarios de cada día llevándose a las sábanas blancas un relato breve.
Algo de bálsamo misterioso tendrá leer, me repito a mi misma.
Porque lo que es innegable es que las lecturas alimentan el mundo interior de las sensaciones. Ya sea por gusto, divertimiento, satisfacción o placer, cada quisqui elegirá el peldaño de la escala que le lleve a su cielo. ¿Por qué no aplicar estas categorías a la lectura, a imagen y semejanza de cómo lo hacemos con la comida, con la contemplación del paisaje, con la observación del arte o con la recreación en el amor? El cerebro de cada cual, que es muy listo y tiene su particular punto de exigencia, reclamará qué textos debe leer para obtener ese gusto, más o menos exquisito, ese placer, más o menos profundizado, esa satisfacción, más o menos plena, esa diversión, más o menos enriquecida, ese bienestar, más o menos correspondido. A partir de ahí, cada uno sabrá cómo le influye la lectura en su disposición para comprender el mundo, en sus relaciones con los otros, en su pertrecharse éticamente o en su capacidad de subsistencia.
Así que ante los consejos solicitados me vuelvo prudente y me limito a comunicar a mis amigos aquellas lecturas que me han resultado interesantes y no digo ya si me han apasionado, sea por el sentido de su contenido argumental o por su construcción de lenguaje o por su capacidad de transmitir experiencias o por todo el conjunto a la vez. No se trata de atosigarles con un
leed esto que es muy bueno por tal y por cual, porque odio la predicación y las misiones, sino decirles simplemente de entrada
a mi me ha gustado por esto y me ha interesado por lo otro. Porque al fin y al cabo, leer es algo tan subjetivo, tan íntimo, tan de secreto de sumario...Y que, si bien te proyecta hacia lo exterior y te ubica en los territorios de la ajeneidad, también te pone en la pista de desvelar las ocultaciones o de indagar en los desconocimientos que se lleva dentro. Y es que una no vale para dejarse puesta la máscara de dura cuando la tocan en las propias debilidades.
Cecilia Camino