Por lo que me escribes, y por lo que oigo, albergo buenas esperanzas sobre ti. No corres de aquí para allá y no te ves perturbado por los cambios de lugar. Esa agitación refleja un alma enferma. Lo primero que demuestra que una mente está asentada, a mi entender, es que consigue detenerse y permanecer interiorizada.
Pero fíjate en otra cosa: y es que leer muchos autores y toda clase de libros tiene algo de errante e inestable. Conviene que te centres y te alimentes sólo de algunos, si de ellos quieres sacar algo que permanezca fielmente en tu alma. El que está en todas partes no está en ninguna. Los que se pasan la vida residiendo en tierras extrañas son recibidos siempre como huéspedes y no como amigos, y lo mismo le ocurre necesariamente al que, en vez de consagrarse al trato con uno solo a fondo, los lee a todos deprisa y corriendo.
El alimento no aprovecha, no lo asimila el cuerpo, si es arrojado tan pronto como se toma; nada impide tanto sanar como el cambiar frecuentemente de remedio; no llega a cicatrizar la herida en la que constantemente se aplican curas; no adquiere fuerza el retoño que a menudo se transplanta; no hay nada que sea tan eficaz que, solo de pasada, ya surta efecto. La multitud de libros distrae; por consiguiente, como no puedes leer tantos libros como tengas, te ha de bastar tener los que leas.
“Pero es que me gusta -dices- coger unas veces uno y otras veces otro”. De estómago caprichoso es el probar tan sólo de todo un poco; cosas que cuando combinan mal y chocan entre sí, se corrompen y no alimentan. Así pues, lee siempre los mejores, y si alguna vez coges otros para distraerte un poco, regresa a los primeros. Consigue cada día un recurso contra la miseria, contra la muerte, y no menos contra todos los demás azotes; de muchas cosas leídas, extrae una para digerirla ese día.
Es lo mismo que hago yo: de muchas cosas que leo tomo una. Mi botín de hoy lo he tomado de Epicuro -porque también piso el terreno enemigo, no como tránsfuga, sino como explorador-:
“¡Qué cosa más buena -dice- es estar contento en la pobreza!”
Y es que en verdad no es pobreza, si hay contento. No es pobre porque se tenga poco, sino porque se desea más. ¡Qué importa lo que tenga uno en sus arcas, que tenga trigo en sus graneros, rebaños en los pastizales, que tenga rentas, si lo que él tiene en cuenta no es lo que gana sino lo que quisiera ganar! ¿Qué cuál es el criterio de lo que debemos buscar? Primero de todo tener lo necesario, y luego lo que nos contenta. Que sigas bien.
No tiene desperdicio este texto. Quien desee conocer una selección de las Cartas a Lucilio, de Séneca, las puede encontrar en Los pequeños libros de la sabiduría, de José J. de Olañeta, Editor.
Y es que prometo localizar más de otros tiempos y autores. No hay nada nuevo bajo el sol tal vez, ni siquiera en materia de consideraciones sobre la lectura.
María Camino
3 comentarios:
cuidado con ese consejo, que como lo siga la gente cerráis la librería...
Estimado anónimo.Parto de la base que leer a Séneca siempre es un placer, pero estoy de acuerdo contigo que el consejo es un poco arriesgado, también te digo que si cada persona que entra en la librería comprara un libro de Séneca se animarian mucho las ventas.
Respetando mucho este comentario sobre Séneca y que comparto, también te digo que para mí una librería es como un gran prado repleto de flores, de colores y olores diferentes y los lectores somos como esas abejas que vuelan de libro en libro seleccionando aquel texto que más nos apetece en cada momento, hay tantos que leer y descubrir. Os invito a todos a entrar en ese fascinante mundo de la literatura, no concibo un mundo sin libros, claro que para mi son mi vida y espero que para muchos de vosotros también. Siempre os espero queridos lectores.
Bueno, me encantó la reseña y los consejos.
Estoy por empezar a leer a este autor y me vino genial el texto.
Un saludo!
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