jueves, 25 de diciembre de 2008
...Dónde estabas en "los setenta"?
Hace nueve años, Rafael Martínez Sagarra publicó por su cuenta y riesgo un opúsculo titulado ...Dónde estabas en "los setenta"? donde pretendía una especie de ajuste de cuentas testimonial con su experiencia combativa en el movimiento obrero de aquel tiempo y en concreto en la huelga del 74 en Fasa-Renault.
Una pequeña editorial vallisoletana nacida al calor de un grupo de amigos, Gatón Editores, S.L., se ha estrenado en el panorama editorial de la ciudad retomando aquel librito y actualizándolo con algunas aportaciones de gente que participó directa o tangencialmente en una huelga que sacudió intensamente a todo Valladolid.
...Dónde estabas en "los setenta"? es un libro refrendatario de una serie de acontecimientos de los que, aparte de la frialdad de las hemerotecas, poco se recordaría hoy si no fuera porque, aunque canosos y con déficit de estímulo, aún permanecen muchos testigos que vivieron aquello en primer plano. En ese sentido, Rafael Martínez Sagarra ejercitaba un doble trabajo: relatar sus vivencias personales sobre su militancia organizada sui generis y sobre la huelga del 74, y recoger a su vez una especie de tradición oral cuyo valor será tenido sin duda en cuenta por los historiadores que analicen el último cuarto de siglo de la ciudad.
La narración, en primera persona, es acogedora, fluida, amena, tremendamente anecdótica. Rafa pone calor y pasión contenida. Su escritura, ágil y sin pelos en la lengua, se enmarca en un género de relación de acontecimientos, pero no escatima sus puntos de vista particulares. Piénsese que no es el trabajo de un historiador ni de un político, y en este sentido los análisis aparecen pergeñados, incluso da elementos y pistas, pero nunca profundiza en ellos porque seguramente Rafael Martínez Sagarra nunca lo pretendió. No era su objetivo.
El hecho de que se citen pormenores de un proceso huelguístico y se mencionen tantos nombres conocidos del mundo laboral de los años setenta recaba sobre manera la atención de cualquier ciudadano interesado en la intrahistoria de Valladolid. La posición dura y escasamente negociadora de Renault, el marco político dictatorial en que se amparaba la empresa, los mecanismos represivos, el mundo solidario de los empleados de la fábrica y de otros sectores ciudadanos, los despidos ejecutados por la empresa sobre un número elevado de empleados, el ardor aún juvenil e incluso radical en la respuesta obrera, las divergencias entre el modelo sindicalista tradicional que se avecinaba y la práctica asamblearia de los anticapitalistas, son los ejes fundamentales que se desarrollan en el libro.
Pero paralelamente, Rafael Martínez Sagarra narra sus vivencias de juventud en medio de toda aquella situación, aportando calor y humanidad al relato. Porque detrás de todos los esfuerzos de los trabajadores, de los intentos de organización y de reivindicaciones frente a FASA y otras empresas, más allá y más acá de los efectos que salían en los periódicos o causaban sensación en la opinión pública, había gente de carne y hueso que se esforzaba, se jugaba sus sueldos, la estabilidad de sus familias, su propia libertad y las perspectivas de futuro personales. Esto hay que recordarlo cara a las nuevas generaciones, porque los avances en materia de bienestar, de derechos humanos y de percepción económica no han llegado ni por inercia ni por la providencia de las alturas.
Rafael Martínez Sagarra hace anteriormente un repaso y un recordatorio de lo que había sido Valladolid tras el golpe militar inconstitucional contra la República. Ganadores y perdedores de la guerra, la represión cruenta y sin piedad, los eventos sociales importantes de la ciudad durante el largo desierto del franquismo, la implantación a principios de los años 60 de la Renault, la atracción hacia ésta de trabajadores jóvenes procedentes de otros talleres de la ciudad y también de las zonas rurales de Valladolid y otras provincias limítrofes, los horarios y ritmos fuertes de las cadenas de producción, el papel del sindicato franquista denominado vertical porque su representación era cualquier cosa menos democrática, la lucha obrera clandestina que va haciendo mella entre los funcionarios del viejo régimen y atrayendo la simpatía, a pesar del miedo, de sectores cívicos, las definiciones y la rica polémica entre las diversas concepciones de defensa de los derechos de los obreros, todo ello queda reflejado con una frescura y un interés que sería de desear que estimulara nuevos relatos por parte de otros testigos que vivieron aquella situación intensamente y que tanto tendrían aún que decir.
Junto al texto recuperado de Rafael Martínez Sagarra, el valor de esta edición de Gatón Editores es que aporta una serie de colaboraciones complementarias de diversos ciudadanos que tuvieron algo o mucho que hacer y decir en aquella década. Trabajadores de la Renault como Eduardo López Cornejo, Pedro Conde Soladana, Pedro Oyagüez Valentín, Alfredo Castro Castro, Tomás Rodríguez Bolaños; abogados laboralistas que tuvieron que defender a los despedidos de FASA como Jesús Castellanos y Antonio Pérez Solano; historiadores como Celso Almunia; curas de aquel tiempo como Manuel González, son algunas de las firmas que aportan su granito de arena: puntos de vista desde su ubicación cívica en aquellos arduos años. Ciertamente uno echa en falta las aportaciones del hombre tenaz de Comisiones Obreras en la Renault, Ángel Nieto, y la de Julio Barrocal, uno de los que más se batieron el cobre desde las Plataformas Anticapitalistas -organización que tuvo un amplio seguimiento obrero en Valladolid en aquellos años- y que padeció también detenciones y acosos.
No quiero finalizar esta somera reseña que, como tal puede resultar imprecisa y limitada, sin hacer constar lo que al principio del libro Rafa titulaba Tres aclaraciones antes de empezar.
“Primera: Queremos dedicar estas líneas a todos los trabajadores de FASA Renault que supieron, con sus luchas, conseguir sus objetivos y alzarse como ciudadanos dignos.
Segunda: Que la idea de escribir estas páginas surgieron de una conversación entre Alfredo Castro y Rafael Martínez Sagarra. Siendo el texto de Rafael y los dibujos que lo acompañaban de Daniel Carrascal y Manuel Sierra.
Tercera y última: Que el único motivo que nos ha llevado a escribir estas páginas ha sido el del recuerdo. Recordar cómo vivimos acontecimientos importantes en la reciente historia de nuestro país -cómo fue la transición política y el cambio de régimen-, comparando cómo eran nuestras vidas en los setenta y cómo son ahora.
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A los que pasamos de largo los cuarenta años, nos vendrán recuerdos...y a los jóvenes para que vean que esta sociedad de bienestar y de libertades que ahora disfrutan que hubo alguien, en este caso sus mayores, que hicieron para que los tiempos cambiasen a mejor. Ahora es el momento de que ellos tomen el relevo para contibuir a allanar el camino, y así, dejar a los suyos una vida más justa y solidaria. Nuestro objetivo, en este relato, no ha sido enjuiciar a nadie y menos a los que también combatieron con nosotros, sólo que cada cual tomó la opción que le pareció más correcta para por diferentes vías llegar al mismo destino: la libertad."
Particularmente este párrafo de Rafa me conmueve y pienso que, si tal como decía él, este libro es sobre todo memoria, implícitamente también nos traslada el alto valor que la memoria tiene para las sociedades. Sin memoria estaríamos perdidos. La situación por la que atraviesa la factoría vallisoletana de Renault en estos finales de 2008 hace pensar de nuevo en la importancia que tuvo para el desarrollo de la ciudad, el valor de las luchas de sus trabajadores y cómo suscita inquietud y nueva conciencia cívica ante lo que pudiera pasar.
No quiero terminar sin agradecerle in memoriam a Rafa el testimonio tanto de su obra escrita como de su amistad. Él, que nos abandonó en la vida por su propia, voluntaria y radical decisión, sigue siendo recordado por sus amigos y viejos compañeros de andanzas y riesgos.
Joaquín Ruiz.
(Las imágenes corresponden a la presentación del libro que tuvo lugar a finales de octubre)
lunes, 22 de diciembre de 2008
ELEGÍA CON PÉTALOS DE ROSA
Mañana martes día 23 de diciembre a las 20.00 horas en la Fundación Segundo y SantiagoMontes (C. Núñez de Arce, 9), tenemos la presentación del libro
ELEGÍA CON PÉTALOS DE ROSA, de CALDERÓN SAMANIEGO,
ilustrado por LA FAMILIA BIEN, GRACIAS
Me encanta poder deciros que está publicado por GATÓN EDITORES, editorial de la que formo parte, como muchos de vosotros ya sabeis.
Os paso la invitación y el cartel del libro, porque en este caso una imagen vale más que lo
que yo os pueda contar.
Espero veros a todos, (sé que son días complicados), después nos tomaremos una copita
de cava en Rayuela y brindaremos por este cuento del que estoy segura os vais a enamorar.
Con mis mejores deseos.
Charo A. Vergaz
lunes, 17 de noviembre de 2008
Tres días fatales, según Carlos Javier García
se presentará en la Librería Rayuela el libro
“Tres días que conmovieron España”
de Carlos Javier García,
El libro está editado por InActuales LANGRE.
Carlos Javier García será presentado por José Ramón González, profesor de Literatura en la Universidad de Valladolid.
En este sentido, el libro toma como referencia las informaciones publicadas por los diarios El País, ABC y El Mundo, y también considera el trabajo de la Cadena SER. Libro de análisis mediático, nos llama la atención una de las citas de presentación del libro.
“Los hechos son los hechos...los hechos suceden, tienen lugar y ya está; y a nosotros sólo nos cabe representárnoslos para defendernos de su arrogancia y de su despotismo con nosotros, reproducirlos de nuevo a nuestro modo en el único lugar en que podemos hacerlo: en las palabras, en los periódicos y las conversaciones y sobre todo en la continua vorágine de palabras de nuestra conciencia, y allí, más tarde y cuando ya nada de lo sucedido tiene remedio, les damos un orden, una forma, establecemos unas causas y de ellas derivamos unos efectos, urdimos una explicación plausible para creer que sabemos a qué atenernos o quedarnos un poco en paz con las cosas e incluso pensar que las dominamos.”
(J.A. González Sainz, Volver al mundo)
viernes, 14 de noviembre de 2008
Diarios indios, de Chantal Maillard
Diarios indios (Pre-Textos, 2005), de Chantal Maillard, es la segunda entrega de lo que se ha configurado como una especie de trilogía involuntaria: ubicado entre Filosofía en los días críticos (2001) y Husos. Notas al margen (2007), tiene sin embargo la singularidad de aparecer como una especie de isla en la obra de la poeta y ensayista. A diferencia de los otros dos, Diarios indios no ha sido el germen de ningún poemario; Filosofía en los días críticos es la fuente indirecta de Lógica borrosa y Husos el crisol del que emerge, transfigurado, el poemario Hilos. Por lo tanto, Diarios indios no tiene un espejo poético en que mirarse y queda como discurso autocontenido, sin puntos de fuga, y sin embargo se inserta en un proceso de depuración estilística radical, que desde la “prolijidad” de Filosofía en los días críticos desemboca en la aspereza y la ruptura del lenguaje en Husos y su posterior declinación poética.
A su vez, Diarios indios está compuesto por tres cuadernos que dan cuenta de otros tantos viajes a la india: “Jaisalmer” (1992), “Bangalore” (1996) y “Benarés” (1999) fraguan, así, tres estancias en otras tantas ciudades del subcontinente indio.Podríamos definir esta obra singular, extraña e inclasificable, como un “diario de viajes filosófico” que entroncaría vagamente con la genealogía del Michaux de Un bárbaro en Asia o el Bruce Chatwin de Los trazos de la canción. Sin embargo, Maillard se aleja de la distanciada ironía del primero y del análisis de los mitos del segundo. Y avisa en el prólogo: “Los cuadernos que componen este libro no son crónicas de viaje. Tampoco son el resultado de un experimento antropológico, ni mucho menos se proponen fomentar una espiritualidad exótica. Dan cuenta tan sólo de un punto de vista, o más bien de un punto de estar, un punto en el que estarse para, desde la mayor extrañeza, atemperar el juicio que precede, siempre, a la experiencia, y procurarle a la mirada, dentro de lo posible, un medio de neutralidad”.
Nos encontramos ante un proceso de introspección consagrado a revelar los mecanismos mentales, sus trampas, su ambigüedad esencial. Este proceso tropieza, en primer lugar, con la conciencia del deseo, deseo que ha de entenderse no sólo como apego a las formas mudables del mundo fenoménico, sino como adhesión incondicional al “yo” que, ilusoriamente, nos conforma. A continuación, encuentra la siguiente objeción: ¿cómo observar al yo que observa? ¿No sería necesario otro yo que observara al primero, y luego un tercer yo para observar al segundo, y así ad nauseam? La autora sortea parcialmente esa hipotética refutación de su método en los siguientes términos: “Identificarse con los propios estados mentales es la condición natural del ser humano; observarlos no es propio de esa condición, es el resultado de un entrenamiento, algo así como un ejercicio de esquizofrenia controlada. La escritura de mis “diarios” no es sino el testimonio de una voluntad comprometida en ese empeño; son una obra en marcha que terminará al tiempo que mi capacidad de observarme y dar cuenta de ello”.
No hay, por lo tanto, una instancia o conciencia superior que englobe estratos inferiores, sino una íntima escisión, una frontera antinatural y premeditada.Ese proceso no impugna la presencia acuciante, a veces visceral, del mundo exterior, que en “Jaisalmer” se ofrece como extrañamiento, en “Bangalore” provoca una reacción de rabia y en “Benarés” se refleja con una suerte de ecuanimidad. Por ello, el estilo cambia de un cuaderno a otro: expectante en el primero, deja paso a letanía en el segundo y se sumerge en la contemplación distante en el tercero.
n “Jaisalmer”, primer viaje, la autora renuncia al eros y toma partido por el thanatos, no necesariamente negativo como lo ha lastrado el pensamiento occidental. El thanatos facilita el extrañamiento, la mirada volcada en el umbral de la conciencia, a punto de quebrarse, de extralimitarse… pero queda, pese a todo, dentro de sí misma:
“El tiempo de las cosas se mide por su sombra, y sólo el que no tiene sombra es eterno. El desierto, por eso, es eterno. Con el sol en el cenit un hombre pierde su sombra. Puede decirse que entonces se le otorga la posibilidad de estar en su propio centro, de no distinguirse de sí mismo. Por un instante, es un iluminado. Pero a luz le gusta jugar en la llanura. Basta que aquel hombre levante un brazo: hallará su sombra debajo. Cualquier movimiento lo habrá de delatar. Basta con que quiera verse a sí mismo y comprobar la ausencia de su sombra: aparecerá la huella de su rostro a sus pies. Nadie puede estar iluminado y verse a sí mismo. El ser y el conocer no pueden ser simultáneos si existe una llanura o una línea de horizonte. Ser y conocer simultáneamente sólo es posible en el vacío porque en el vacío no hay nadie”.
“Bangalore” asume el aprendizaje de la compasión como una tarea primordial en el camino. Para llegar a uno mismo, es menester llegar primero a los demás, dar el rodeo por el otro para descubrirnos mejor. Como señala la autora, no se trata de la compasión cristiana; es un sentimiento que tiene que ver con cierta fiereza primordial, desprovista de cualquier idea ética o imperativo categórico. El mundo sigue ahí:
“Violaron a una niña inglesa, anoche, en Bangalore. A él, le mataron. Dicen que fue casualidad, que no estaban juntos, que sus almas se habían separado mucho antes. Pero no lo creo. Yo los vi, a ambos, cruzando la tarde, ayer, ella sosteniendo una pereza azul en su vientre; él, unos anteojos dorados. Tan sólo los separaba la tela de algodón transparente que cubría sin ocultarla la estela de su cuerpo.No fue causalidad, fue aquella blancura del tejido. Hay veces que la vida no soporta tanta blancura”.
"Benarés”, cronológicamente el último cuaderno, está dividido en dos partes. “48 ghats” traza un itinerario por las escalinatas que bajan al Ganges. En cada una de ellas, la observadora se detiene y nos hace partícipes de sus impresiones. Asombra el modo en que se deslastra de los prejuicios de la sentimentalidad occidental: todo es observado con la imparcialidad de quien contempla un mundo cuyas fuerzas precipitadas, que en Occidente rápidamente asimilamos al bien o al mal, no provocan la respuesta moral automática y preconcebida con la que nos defendemos de lo ajeno en virtud de una inmunología preventiva meticulosamente inoculada. Los niños vuelan las cometas, los ascetas amasan boñigas, la perra negra se alimenta de fetos en el Ganges… el observador no siente horror ante ello, no juzga: todos los estímulos han quedado igualados por una mirada ecuánime, que contempla sin perplejidad las mudanzas del mundo:
“La perra negra es especialista en fetos. Tiene tiña como casi todos los perros de Benarés, pero sabe como ninguno rastrear los fetos hinchados que las aguas devuelven a la orilla. Aquí está. Empieza por el cerebro. Una joven japonesa se acerca a la escena, se pone la cámara en la cara. Duda. No se atreve a disparar. Los intestinos ya se escapan por el cuello derramándose entre las guirnaldas amarillas y las bolsas de plástico que se estancan en el ghat y un olor nauseabundo corre como una brisa rozando el papel en el que escribo. El suelo de piedra ya cobra el tono rosa de la sangre aguada. La perra se relame. Da unos pasos a lo largo del ghat y vuelve al festín que ya es un tronco abierto por la espalda. Tres niños juegan a sumergir guirnaldas a su lado. La perra cumple con el cielo, restituye la carne a otra carne, lo impuro a lo impuro, devuelve a la totalidad la parte que le corresponde. Ya no puede reconocerse a qué ha pertenecido el trozo de carne que bambolea entre la pata derecha del animal y su hocico. El sol se está poniendo despacio en los escalones. Los niños juegan”.
Las respuestas automáticas de rechazo y repugnancia quedan desactivadas y la mirada emerge liberada. Ha sido desnudada hasta el tuétano y, acantilada, está dispuesta a invertir su dirección. “Diario de Benarés”, segunda parte de “Benarés” y conclusión del libro, “describe el itinerario de una conciencia observadora que acaba siendo objeto de su propia observación”. Para ello, se despoja de todo sentimiento y todo deseo, se aquieta, se remansa, se vuelca en el ahora. La descripción del proceso se acompaña de una reflexión profunda sobre la naturaleza del deseo, sobre cómo éste engendra la multiplicidad, la diferencia, la escisión y, a la postre, se erige en motor genesiaco de toda divinidad. Lo cual lleva a la autora a gritar: “¡Muéstrame tu dios y te diré cuál es el color de tu miedo!”. Sigue un ataque frontal a las religiones y a las servidumbres que las propician, pues los seres humanos “tienen poca fuerza para la orfandad”. Y caen las máscaras: “Jehová: uno de los dioses que ocupan la parte superior izquierda del mandala tántrico. El error: confundir a uno de los devas (dioses) con el Absoluto. El dios de los judíos: un deva vengativo en guerra contra los asuras (demonios). Un dios que necesita la ayuda de los hombres: ellos son su alimento. Al rezarle le dan su fuerza, le entregan su energía. Los dioses se alimentan de las preces de sus “fieles”” […] El error del hebraísmo: hacer de uno (de los dioses) el Uno. El error de Cristo: asumir el hebraísmo. El error de muchos cristianos: confundir a Jehová con el Dios del Cristo o, incluso, con la síntesis última del racionalismo”.
El proceso de escisión es tal que incluso genera paradojas o poéticas de la percepción:
“Me apuntaron a mí, pero ahí donde llegó el dardo no había nadie.
¿O sí lo había?
Yo acechaba, detrás del árbol.
Vi algo caer.”
De regreso del viaje, parece que el umbral que define ambas conciencias –la conciencia y la conciencia observadora– vuelve a espesarse y a investirse de la ceguera que rige nuestra vida. A tientas se vuelve de otro mundo, de un mundo radicalmente ajeno que sirvió de excusa para una íntima ordalía, y acaso para una derrota, no menos secreta.
Uno de los últimos párrafos revela que persiste el deseo de protección, que quizá la mirada que pretendió desencarnarse ha fracasado y naufraga en la orfandad, en la niñez que denunciaba:
"Por haber sufrido, tal vez, o inmerecidamente me concedieron un ángel (es una manera de decir; todo es una manera de decir).
Cuando un ángel cae, al principio sufre porque no sabe nada salvo la tarea encomendada. Después, poco a poco va recuperando la visión y el poder. Cuando lo recupera del todo, entonces se va. Dicen que ha muerto, pero no: es que le han vuelto a crecer las alas.
No estoy lista aún para que recuperes del todo la visión. ¿No ves cuánta confusión anida todavía en mi pecho, que me hace confundir, como por necesidad, el objeto al que la llama se dirige con el propio fuego?”.
Y ya el libro deja a esa escritura, muy limpia y despojada de ornamentos, al borde del abismo del lenguaje: en Husos ya no habrá que limpiar el verbo, sino dinamitarlo, romper las cadenas lógicas de sentido y los ensamblajes predecibles que traducen el mundo.
¿Qué ocurre con el poema si cae desde un sexto piso? Pero esto es otra historia.
miércoles, 12 de noviembre de 2008
Fernando Menéndez en Rayuela
Mañana jueves 13 de Noviembre, a las 20,00 horas, se presentará en la Librería Rayuela el libro
Hilos sueltos
del poeta Fernando Menéndez
Intervendrán:
Fernando Menéndez
Angélica Tanarro
La edición corre a cargo de la Editorial vallisoletana DIFÁCIL
El último libro publicado por Fernando Menéndez es Hilos sueltos, Editorial Difácil, Valladolid, 2008. Una compilación de aforismos propios salpicada por algunos otros de autores clásicos. Uno de esos libros que se pueden leer en una tarde, sí, pero que conviene dejar al alcance de la mano ya para siempre. A sus páginas se llega sabiendo que el autor ha ido volviendo su escritura cada vez más enjuta, más fibrosa, decantándose en sus últimos libros por lo más breve, el aforismo y el haiku. Con ese mimbre estrófico, contenido y paradójicamente ligero, trenza sus obras 39 Haikús (En las montañas / pinceles de la nieve / pintando nubes. // Vuelan vencejos / siluetas de guadañas / talan los bosques. // Releo un libro / la mente está vacía / y todo cambia) y Aguamarina (Regresa mayo / los dientes de león / nievan las calles. // Sobre mis manos / unas ramas de almendro / dejan sus flores.)
Con la pauta aforística compone Dunas y, ahora, Hilos sueltos. Viene ésta precedida por un brillante prólogo de José Ramón González, en el que se repasa la historia del género, su etimología grecolatina y sus características primordiales, que no han sido siempre la mismas, y que han variado desde la formulación cerrada y sentenciosa que tuvo en otro tiempo a la ligereza de verso y la vocación connotativa que se le ha dado en la práctica más reciente. Por ahí anda el aforismo de Fernando Menéndez, tan ceñido a la brevedad formal y tan poético que a veces se vuelve haiku casi inconscientemente (Una briznas de hierba / entre las hojas / de un libro usado.), tan pegado al silencio del que viene y al que aspira que apenas si se eleva sobre él (Leer un aforismo para gozar de su silencio. / Escribir callándose. / La palabra es una fuga del silencio.), tan sobrio (El adorno es el suicidio del arte.) y tan calmo en su dedicación a la utilidad de lo inútil (La utilidad de lo inútil: la quietud.).Se habló al comienzo de los libros artesanales de Fernando Menéndez, de esa soledad no venial que uno intuye dedicada al placer de la tinta, la acuarela, el tacto de los nobles papeles o las bellas palabras. A esa soledad y ese silencio al que aspira la voz de cuanto en estos Hilos sueltos se dice tan quedamente, se dedica el último y uno de los más bellos aforismos del libro:
Siento la soledad en mi trabajo como un insecto hoja en una rama."
(Este artículo está tomado sin autorización previa, pero con la mejor intención, debido a su jugosidad, del blog LOS DIARIOS DE RAYUELA y nos sentimos enormemente agradecidos al autor del blog por este texto)
sábado, 18 de octubre de 2008
Contra la pobreza
Los ciudadanos y ciudadanas de Valladolid aquí reunidos, en colaboración con las organizaciones y movimientos sociales que conforman la Alianza Española contra la Pobreza, queremos recordar hoy, 17 de octubre, Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, a los más de 1.400 millones de personas en todo el mundo que viven en situación de extrema pobreza.
A pesar de décadas de esfuerzos en ayuda al desarrollo, lejos de reducirse, la brecha entre ricos y pobres sigue aumentando. El actual panorama de crisis financiera internacional, la subida de precios de los combustibles y de los alimentos básicos, están teniendo graves consecuencias sobre la población más vulnerable.
QUE las razones de la desigualdad y la pobreza se encuentran en la forma en que los seres humanos organizamos nuestra actividad política y económica.
QUE con las actuales reglas que rigen el comercio internacional, la desigualdad en el mundo, que condena a la pobreza a la mitad de los habitantes del planeta, no podrá ser vencida.
QUE la lucha contra la pobreza exige la misma voluntad política e intervención decidida por parte de los gobiernos, que la contemplada recientemente ante la crisis financiera internacional.
QUE también nosotros, como ciudadanos, debemos ser conscientes de nuestra responsabilidad y de la fuerza de nuestras acciones como consumidores, como votantes, como trabajadores, etc.
Y por eso, SOLICITAMOS:
1º El CUMPLIMIENTO DE LOS COMPROMISOS ya adquiridos por nuestros gobernantes al firmar los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Las promesas no alimentan, hay que cumplir los compromisos.
2º MÁS Y MEJOR AYUDA oficial al Desarrollo, desligada de intereses comerciales, y orientada a las poblaciones y sectores más empobrecidos.
3º MÁS COHERENCIA en las diferentes políticas de nuestros gobiernos para que todas ellas contribuyan a la erradicación de la pobreza.
4º La CANCELACIÓN DE LA DEUDA EXTERNA y la inversión de deuda en desarrollo.
5º CAMBIAR LAS NORMAS DE COMERCIO INTERNACIONAL que privilegian a los países más desarrollados e impiden a los gobiernos de los países empobrecidos decidir cómo luchar contra la pobreza.
Acabar con la pobreza sí es posible. Pasemos de los discursos a la práctica. ¡JUNTOS PODEMOS!
martes, 23 de septiembre de 2008
La claridad alada de Yosa Buson
escuché ayer cantar
las avecitas
Muchas veces me he preguntado a qué sonará la recitación oral de los haikus. Qué musicalidad, que entonación, qué carácter poseerán sus aparentes leves palabras. Y no obstante, cuando leo un haiku como éste, ¿por qué me viene a la mente el estilo de la mística castellana, por ejemplo?
Sospecho que el momento del haiku reside en el instante en que la imagen es fotografiada por la palabra. El haiku está en ese punto fugaz en que la vida se manifiesta. Como el ojo oportuno de un fotógrafo o la observación meditada de un pintor, el hombre que escribe haikus plasma ese irrepetible movimiento de la naturaleza. Manifestación, observación, dispersión.
Cae en mis manos una preciosidad de pequeño libro, editado por Pretextos. Se trata de Alada claridad, del pintor y poeta japonés del siglo XVIII Yosa Buson, que recoge cincuenta haikus sobre aves. ¿Por qué los tesoros suelen estar ocultos en pequeños recipientes o en estancias diminutas? Yosa Buson fue un hombre de observación, ¿y qué fenómeno puede reclamar más mirada expectante que el vuelo y el comportamiento en general de las aves? Ordinariamente, en medio del tráfago de nuestras ciudades modernas se ignora la vida de otras especies, y así prescindimos de la conciencia del compartir los territorios con ellas. Por eso, para comprender las aves hay que ir allá donde moran sin nuestras interferencias, pasear, desproveernos de nosotros mismos, abandonarnos -como muy dice en el prólogo su traductor Alberto Silva- mentalmente a la intemperie, lo que los japoneses llaman nozarashi.
a cierta distancia
la grulla (la miro)
En este sentido, Buson sería lo que hoy llamaríamos un paseante, pero no uno cualquiera, sino alguien que necesita plasmar lo que capta tanto con pinceles como con versos. Haikus y pinceladas se complementan, y este haijin es un colorista del instante. Pero no es un retratista o un evocador de las especies volátiles tal como se las ve tradicionalmente en Japón, sino que las dota de su propia capacidad recreativa. Él genera una visión mental muy particular sobre las aves. Se trata, como dice Alberto Silva, de despojarse para comprender el vuelo de las aves, despojarlas para llenar con esa vida libre nuestra mente. ¿No es una invitación a romper con nuestro interior oneroso de prejuicios y obligaciones? ¿No volvemos a percibir la sombra de ciertos espíritu místico que ahonda sus raíces en el Zen o en San Juan de la Cruz? Y sin embargo, es el cántico al instante, al movimiento, a un pasar y manifestarse para después dejar de ser.
El gorrión en un pueblo
escondido entre hojas caídas
(chaparrón de verano)
sábado, 13 de septiembre de 2008
Séneca aconseja
Por lo que me escribes, y por lo que oigo, albergo buenas esperanzas sobre ti. No corres de aquí para allá y no te ves perturbado por los cambios de lugar. Esa agitación refleja un alma enferma. Lo primero que demuestra que una mente está asentada, a mi entender, es que consigue detenerse y permanecer interiorizada.
Pero fíjate en otra cosa: y es que leer muchos autores y toda clase de libros tiene algo de errante e inestable. Conviene que te centres y te alimentes sólo de algunos, si de ellos quieres sacar algo que permanezca fielmente en tu alma. El que está en todas partes no está en ninguna. Los que se pasan la vida residiendo en tierras extrañas son recibidos siempre como huéspedes y no como amigos, y lo mismo le ocurre necesariamente al que, en vez de consagrarse al trato con uno solo a fondo, los lee a todos deprisa y corriendo.
El alimento no aprovecha, no lo asimila el cuerpo, si es arrojado tan pronto como se toma; nada impide tanto sanar como el cambiar frecuentemente de remedio; no llega a cicatrizar la herida en la que constantemente se aplican curas; no adquiere fuerza el retoño que a menudo se transplanta; no hay nada que sea tan eficaz que, solo de pasada, ya surta efecto. La multitud de libros distrae; por consiguiente, como no puedes leer tantos libros como tengas, te ha de bastar tener los que leas.
“Pero es que me gusta -dices- coger unas veces uno y otras veces otro”. De estómago caprichoso es el probar tan sólo de todo un poco; cosas que cuando combinan mal y chocan entre sí, se corrompen y no alimentan. Así pues, lee siempre los mejores, y si alguna vez coges otros para distraerte un poco, regresa a los primeros. Consigue cada día un recurso contra la miseria, contra la muerte, y no menos contra todos los demás azotes; de muchas cosas leídas, extrae una para digerirla ese día.
Es lo mismo que hago yo: de muchas cosas que leo tomo una. Mi botín de hoy lo he tomado de Epicuro -porque también piso el terreno enemigo, no como tránsfuga, sino como explorador-:
“¡Qué cosa más buena -dice- es estar contento en la pobreza!”
Y es que en verdad no es pobreza, si hay contento. No es pobre porque se tenga poco, sino porque se desea más. ¡Qué importa lo que tenga uno en sus arcas, que tenga trigo en sus graneros, rebaños en los pastizales, que tenga rentas, si lo que él tiene en cuenta no es lo que gana sino lo que quisiera ganar! ¿Qué cuál es el criterio de lo que debemos buscar? Primero de todo tener lo necesario, y luego lo que nos contenta. Que sigas bien.
No tiene desperdicio este texto. Quien desee conocer una selección de las Cartas a Lucilio, de Séneca, las puede encontrar en Los pequeños libros de la sabiduría, de José J. de Olañeta, Editor.
Y es que prometo localizar más de otros tiempos y autores. No hay nada nuevo bajo el sol tal vez, ni siquiera en materia de consideraciones sobre la lectura.
María Camino
miércoles, 3 de septiembre de 2008
Un Buster Keaton literario
El progenitor de Martin Amis, reconocido novelista contemporáneo que anduvo siempre a la gresca con su padre, elige a un joven dubitativo que amanece de ayudante en una cátedra. Ante sí tiene una escalera hacia un puesto fijo cuyos peldaños están hechos de labores de negro para el catedrático, relaciones sociales con la familia de aquel para reforzar el vínculo, enfrentarse con alumnos más oportunistas que él, suplicar a las revistas especializadas la publicación de su trabajo, someterse a la corrección burguesa de un entorno cerrado, aceptar conferencias que no sabrá dar… Y por supuesto la fatalidad cotidiana se ceba con este ‘pobre hombre’ que sin embargo acaba resultando ganador tras un arresto de impredecible valentía.
Jim hace reír como Buster Keaton. A pesar de que es el entorno lo que provoca su situación, es sin embargo su insólita manera de afrontarla, desasistido del sentido común, lo que le hace cómplice al lector de su cómico destino.
Viernes
domingo, 24 de agosto de 2008
Las transmutaciones de Blake
Las lecturas de verano llevan a muchas partes. Pero, ¿qué es la lectura de verano? ¿La típica novela ligerita y soportable? ¿La que se vende más? ¿La que se cita entre amigos por inercia y porque hay que hablar de que se ha leído durante las vacaciones algún libro? ¿La que ayuda a uno a aislarse de la familia para que no le den la cencerrada? ¿La narración más densa cuya lectura sólo puede afrontarse porque se dispone de más tiempo? ¿La que se viene aplazando hasta ciertos momentos en que uno puede sentirse más relajado? Siempre me ha parecido que lo de lectura de verano era un eufemismo, y no sería fácil ponerse de acuerdo en la nomenclatura en boga.
Pero en verano pueden leerse también, como en cualquier época del año, los textos más extraños, las letras más rebuscadas, las redacciones más sinuosas e imaginativas. Por azar ha caído en mis manos Matrimonio del cielo y el infierno, del pintor y poeta inglés William Blake (1757-1827), personaje peculiar y místico, visionario e intuitivo como pocos, mitómano e intelectivo, imaginativo y atronador, alquimista donde poesía y profecía van de la mano, todo lo cual hacen de su obra y de su personalidad algo inclasificable. Beligerante con la propia religión, busca en el Arte la esencia de la religión auténtica. Y en esa búsqueda, sus palabras adquieren tonos que parecen desgajados de textos sagrados antiguos de cualquier religión o cosmogénesis.
Pero mi intención no es tanto hablar de Blake, como ofrecer un breve pasaje, donde la ironía se disfraza de su propia representación iconográfica.
“Hallábame en una Imprenta del Infierno, y vi el método por el cual el conocimiento es transmitido de generación en generación.
En la primera cámara había un Hombre-Dragón apartando los escombros de la boca de una caverna; dentro, un gran número de Dragones ahondaba la cueva.
En la segunda cámara había una Víbora enrollada en la roca y la caverna y otras adornándola con oro, plata y piedras preciosas.
En la tercera cámara había un Águila con alas y plumas de aire: hacía que el interior de la cueva fuera infinito; alrededor grandes cantidades de Águilas semejantes a hombres construían palacios en los inmensos farallones.
En la cuarta cámara había Leones de flameante fuego, rondando furiosos y fundiendo los metales en vivientes fluidos.
En la quinta cámara había formas Innominadas que arrojaban los metales al espacio.
Allí eran recibidos por Hombres que ocupaban la sexta cámara y tomaban las formas de libros y eran colocados en bibliotecas.”
¿Anda muy descaminado Blake cuando convierte en medio de ese Infierno imaginario a los hombres en libros? Para quien deje de lado por un momento su lectura de verano y medite, la respuesta está implícita. Los libros en general condensan la historia de la humanidad. Las novelas y la poesía en particular matizan los elementos pasionales de la naturaleza humana. Y los recrean argumentalmente. Ahí, William Blake lo tenía muy claro.
Matrimonio del cielo y el infierno, Cantos de inocencia, Cantos de experiencia, de William Blake están recogidos en un mismo volumen en la Colección Visor de Poesía, de donde he extraído la cita.
María Camino
(Las ilustraciones son obras del mismo William Blake)
domingo, 10 de agosto de 2008
Nada grave, de Ángel González
ya no me dice nada,
y nada tengo que decirle a ella.
La única palabra
que entiendo y que pronuncio
es ésta
que con todo mi amor hoy te dedico:
nada.
Con esta poesía cita se inicia el último libro de poemas de Ángel González titulado Nada grave. Libro del que nunca sabremos si está completo o no, porque cuando murió el poeta en enero de este año eran papeles nonatos. Hay quien considera que son sólo apuntes y que, por lo tanto, adolecen de la orfandad del autor. Ahora sale a la luz en la colección Palabra de Honor, de Visor Poesía. Nada y grave. Ahí es nada. Curiosos dos vocablos que por separado tienen una entidad densa y pesada (el vacío también es oneroso) y que, sin embargo, juntas las utilizamos con frecuencia para aligerar las cosas que nos pasan en la vida.
Conozco algún lector fervoroso de la obra de Ángel González que, al hojear este libro en la librería, no se ha atrevido a adquirirlo. Acaso por el temor a encontrarse con una elevada dosis de pesimismo ácido -el pesimismo late en muchos de sus libros, en casi todos- pero esta vez terminal, sin solución, donde la amarga luz de quien se sabe en el periodo postrero de suma -sumaria- crisis personal, grava cada palabra, cada expresión, cada sentido. La vejez es una artera pero ineludible -y no todos pueden decirlo- bruja que no sólo trae el deterioro físico del hombre, sino también el recuento de las insatisfacciones, los desgarros sentimentales nunca superados, las cuentas pendientes jamás contabilizadas. Si bien escribir poesía fue el oficio y la boda íntima con su otro Yo en Ángel González, algo que le permitió permanecer con ciertas esperanzas entre los vivos, hay un toque especial de escepticismo voluptuoso en todas las poesías que escribió estos últimos años. El vigor de sus versos no ha mermado por ello, ni por mor de la edad, y su lucidez, tan constante en toda su obra, aparece en los poemas de Nada grave con un tono más desprovisto que nunca de lo superfluo, y, por lo tanto, si cabe, más directo y desgarrador.
Nada debe haber más claro para un hombre que ve aproximarse el fina que saberse en la necesidad de afrontarlo. Que puede ser, simplemente, sobrellevarlo. Si el hombre ha sido auténtico -¿proporciona la poesía más autenticidad o simplemente más recursos para hacer frente al fin?- no caben patrañas ni máscaras para encarar esa recta final. Ésa es la sensación que se tiene al leer Nada grave. Y hay mucho de balance en ellos, mucho de desesperanza justificada. ¿Para qué esperar lo que no cabe ya siquiera como posible en el perímetro de lo probable? Y, sin embargo, hay todavía algo de lucha en ese mantenerse mientras los ojos miren:
Cierro los ojos: desaparece el mundo.
En el interior negro de mi cuerpo
sigue mi yo sombrío sin cambiar de postura.
Ensimismado, mudo, impenetrable.
Asusta su silencio: es un reproche.
Abro los ojos: el mundo reaparece
luminoso, diverso.
Pero mi yo persiste, no abandona.
Él es el que lo mira,
él es el que proyecta
el mutismo obstinado, la frialdad distante
que el mundo me devuelve implacable, severo.
Y la ironía amarga, la lúcida desfachatez que sólo puede permitirse el implacable resistente, aquél para quien las palabras fueron fuste y también toro donde descansar arquitecturas de la insólita existencia...
Acaso
Ese golpe final
-yo ya caído-
no fue otro acto de crueldad,
sino una prueba
de la piedad que decían no tenerme.
La madre que me parió,
en el momento de alumbrarme,
no sabía que daba a luz un pedazo de sombra.
Como era de esperar, creció esa sombra,
se hizo
más grande y más oscura,
negra, negra.
Y acabó ensombreciendo cuanto la rodeaba.
En su ámbito sombrío,
ya no tiene perfiles esa sombra:
confundida en lo oscuro con lo oscuro,
sombra
en pena e sí misma o
(no lo sabe)
en el dolor de todo lo que había ensombrecido.
Leo poemas al azar,
leo casi sin pensar en lo que leo.
Cuando me encuentro un verso triste,
siento en el alma como una caricia.
No es que me alivie la tristeza ajena;
es que me siento menos solo.
O bien los otros versos...
Al lector se le llenaron de pronto los ojos de lágrimas,
y una voz cariñosa le susurró al oído:
-¿Por qué lloras, si todo
en ese libro es de mentira?
Y él respondió:
-Lo sé;
pero lo que yo siento es de verdad.
A veces, el relativismo más extremo le hace ser clarividente. Y ante la situación, el poeta se vuelve escueto -como la vida ya probada: escueta, sumamente precisa y limitada- y absolutamente conciso, limpios de todo polvo y paja sus versos, sonando ya a versículos:
Lo que queda
-tan poco ya-
sería suficiente
si durase.
Esa clarividencia es de una honestidad desbordante. La conciencia de lo que ya no se arranca de sí, de lo que no tiene cura -ni curación, ni cuidado- vuelve agrias sus observaciones sobre la vida. Los valores profundos del individuo, las sensaciones, las emociones más cautas hacen mella en el hombre. Pero el poeta sigue obrando con las palabras como si se tratasen de partículas resucitadoras...
Hay que ser muy valiente para vivir con miedo.
Contra lo que se cree comúnmente,
no es siempre el miedo asunto de cobardes.
Para vivir muerto de miedo,
hace falta, en efecto, muchísimo valor.
Es evidente que el balance le sigue persiguiendo a Ángel González con una luminosa manifestación. ¿Qué cabe en un hombre de la edad provecta y enormemente cansado? ¿Qué suponen los recuerdos de las vivencias y de las relaciones que jamás se instalaron del todo para hacerle feliz? ¿Son los puntos de contrición que emergen por instinto unas tablas de salvación cuando ya no queda nada que salvar, porque nada puede salvarse ante la evidencia de los hechos consumados?
Dicen que el agua pasada
no mueve molino.
Pero el río de la vida
que pasó
sigue moliéndome vivo,
hecho polvo
enamorado
del agua, del agua aquella,
cuyo murmullo lejano
aún oye mi corazón.
Y es entonces la ansiedad, el recurso a la melancolía. Vieja compañera de los tiempos, arriesgada cómplice, martirio de pusilánimes. Mas, ¿acaso no podría estar justificada en esos instantes en que apenas va quedando dentro de uno sino la memoria como sustancia fiel?
De tarde en tarde el cielo está que arde.
En el jardín la luz declina rosa
rosae, y la fuente rumorosa
conjuga en el silencio de la tarde
El presente de un verbo evanescente
que articula el mañana y el ayer.
“Todo lo que ya fue volverá a ser”,
murmura el cuento claro de la fuente.
El cuento de la fuente es eso: un cuento.
Quemó el cielo la luz en la que ardía,
y el día se deshizo en un memento
homo, humo, ceniza, lejanía.
Esto es lo que nos queda de aquel día.
Quien quiera saber de él, pregunte al viento.
Que nadie tema acercarse a estos veinte poemas finales de Ángel Rodríguez. No son para espantar. Son exquisitos. Están para hacernos concebir la vida con otra luz a los que permanecemos -por inercia, instinto o supervivencia neta, ¿no es todo lo mismo?- y nos ratifican. Total, nada grave que no suceda antes o después a todos los transeúntes del azar.
Joaquín Ruiz
sábado, 2 de agosto de 2008
El andén de Leopoldo Alas
Aprovechando la oportunidad que me brinda La Maga, os adjunto este brevísimo recordatorio.
Ante la desaparición de Leopoldo Alas Mínguez, sólo recuperar un fragmento del poema de juventud Los andenes, que en El País de hoy reproduce Vicente Molina Foix:
Los trenes sólo pasan
cuando no se los espera, y nos sorprenden:
hay que agarrarse a los trenes con las uñas
cuando pasan por delante,
aunque te den la espalda,
hay que montarse en marcha
porque los trenes no paran,
eres tú el que está parado
con la maleta cerrada.
Y es que a veces, los poemas de las edades tempranas son los más clarividentes. Retorna a la calma, amigo Leopoldo.
Balbino Guzmán
viernes, 25 de julio de 2008
A la manera negra
“...Los hombres desesperados viven en ángulos. Todos los hombres enamorados viven en ángulos. Todos los lectores de libros viven en ángulos. Los hombres desesperados viven suspendidos en el espacio como figuras pintadas sobre las paredes, sin respirar, sin hablar, sin escuchar a nadie.”
Estas frases del primer capítulo de Terraza en Roma, un tanto crípticas cuando no categóricas, tientan ya la lectura y ponen tras la pista de la desventura del protagonista desde el primer momento. Si en Todas las mañanas del mundo, el sujeto central era ese personaje adusto y severo, mortificado por su fe jansenista y por su propia viudez, y obseso con la educación de sus hijas, el Señor de Sainte-Colombe, en Terraza en Roma, Pascal Quignard nos trae a otro creador, esta vez del mundo del grabado, al que llama Meaume, marcado por una desgracia de juventud para el resto de su vida.
Meaume, un joven grabador nacido a principios del siglo XVII, se enamora de Nanni Veet Jacobsz, una joven comprometida ya en matrimonio. Ésta le corresponde, frecuentan sus encuentros, hasta que el hombre al que está destinada por designio familiar para casarse se toma la venganza. Un día éste entra por la fuerza en la estancia en que los dos amantes se entregan ardorosamente y echa un líquido corrosivo sobre el rostro de Meaume, el grabador veintiañero. Con el rostro deforme por las quemaduras, se ve además obligado a abandonar Brujas porque es puesto sobreaviso por su amada de que el prometido pretende matarlo.
A partir de esa huída, donde lo peor no es sólo la deformidad sino la pérdida de la amada, comienza el periplo del grabador a través de ciudades y reinos europeos. Huye hacia el sur, atraviesa naciones, cordilleras y acaba recalando en una terraza con sobradillo en el Aventino, en Roma. Pero el recorrido le va a proporcionar también el dominio del oficio, el paso por talleres donde avezar en técnicas y centrar su propio estilo. Un estilo que bien podría quedar definido por grabado a la manera negra, donde los colores no existen, donde los trazos se ejecutan a base de luz y de sombra, que consiguen dar a las figuras, a las escenas y a los paisajes un resalte más ausente y a veces hasta tenebroso. ¿O es Quignard el que decide que ese amor quebrado va a ser el que marque su impronta particular en la intensidad de la visión? “La visión se perfilaba en la sombra, se destacaba del fondo, se arrancaba a la noche que no conocía la luz”.
Y así, el grabador, nos cuenta Quignard, concebía sus representaciones como fuerzas de la naturaleza, y los lugares como animales vivos, en acción, hasta involucrar a los propios humanos. “Es la materia la que imagina el cielo. Luego, el cielo imagina la vida. Luego, la vida imagina la naturaleza. Luego, la naturaleza crece y se muestra bajo distintas formas que, más que concebir, inventa hurgando en el espacio. Nuestros cuerpos son una de esas imágenes que la naturaleza ha intentado hacer de la luz”.
A lo largo de su existencia, el grabador va a estar asaeteado por el recuerdo de su amada perdida, que se le aparece con frecuencia en sueños, a la que reproduce hasta la saciedad en grabados y estampas. Incluso en revelaciones a los íntimos no duda en manifestar de qué manera sus sentimientos forzosamente reprimidos y obligados a claudicar los ha sacrificado en aras de una exaltación que le alivia a través de su obra creativa. Dice Meaume: “El amor consiste en imágenes que acosan el espíritu. A estas visiones irresistibles se suma una conversación inagotable que se dirige a un solo ser, al que dedicamos todo cuanto vivimos. Este puede estar vivo o muerto. Su filiación se halla en los sueños, pues en ellos no cuentan ni la voluntad ni el interés. Ahora bien, los sueños son imágenes. Incluso, para ser más exacto, los sueños son los padres y los amos de las imágenes. Soy un hombre al que las imágenes atacan. Hago imágenes que surgen de la noche. Me había consagrado a un antiguo amor cuya carne no se ha desvanecido en la realidad, pero cuya visión ha dejado de ser posible porque su uso ha sido concedido a una muestra más bella.”
El grabador Meaume, dedicado al blanco y al negro, donde tallar es seguir el curso de las sombras y las sombras se ven abocadas a la fuerza de la luz, se entrega a las fuerzas naturales, pero a veces concede a las representaciones el valor de la apariencia. “...Hay una apariencia propia de este mundo. A menudo hay sueños. A veces hay que retirar la sábana de la cama y descubrir los cuerpos que se aman. A veces hay que mostrar los puentes y los caseríos, las torres y los miradores, los barcos y los carros, las personas en sus habitaciones con sus animales domésticos”.
De esta guisa, Pascal Quignard prosigue su relato de la vida del grabador, sobre pequeños capítulos, quintaesenciados, oníricos unas veces, como maneras a la negra otros. Dibuja la vida errante de un pintor que podría ser la de todos los pintores. Pero en la vida de Meaume no todo es la acechanza del pasado. Conoce a Marie, que no le rechaza por su desfiguración, y que le acompaña, en ocasiones aleatoriamente, hasta el fin de sus días. ¿Son algunos de los capítulos de Terraza en Roma como grabados? Indudablemente. De la misma manera que en obras anteriores Quignard fusionaba música y literatura, aquí trata de hacernos vivir el arte del grabado trasladándolo a una forma literaria concisa, a veces distante, a veces matizada, siempre posiblemente autobiográfica. Cuando pone en boca de otros pintores o artistas algunas opiniones, nunca sabemos si son reales o ficcionadas por Quignard.
Tal es el arte del autor. Llega incluso un momento en que las pasiones humanas, el color, la manera de hacer el arte de la representación, se funden en párrafos agudísimos:
“El abad de Saint-Cyran: La ira es la recusación del color. Meaumus el Romano fue el pintor del rechazo del color. El negro y la ira son una misma palabra, del mismo modo que Dios y la venganza son el único acto eterno. El Eterno dijo: la venganza es mía...Para los Antiguos, la ira de la melancolía era la negrura de la noche. Nunca habrá bastante negro para expresar el violento contraste que desgarra este mundo entre el nacimiento y la muerte. Pero no sirve de nada vendarse los ojos, darle dos vueltas al paño y anudárselo en la nuca. No hay que decir: entre el nacimiento y la muerte. Hay que decir, con voz decidida, como Dios: entre la sexualidad y el infierno”.
En fin, es la melancolía, y no la desesperación, lo que marca la vida de Meaume el Gabador. ¿O acaso también y, sobre todo, la vida del jansenista Pascal Quignard? La ira y la melancolía, o cada una por su lado, son los trazos de la canción del arte a la manera negra.
María González
(Los grabados son de Caillot; en la fotografía, Pascal Quignard)
miércoles, 23 de julio de 2008
La sed de Piqueras
Vasos de sed
Si dudas de tu sed, si no te atreves
a preguntarle o a ponerle un nombre,
si sólo sabes que buscas un agua
que la sacie y no hallas sino pozos,
y en ellos ecos que te llaman, bebe.
Si la sed al beber desaparece
es que era sólo sed. Sigue buscando.
Pero si crece en ti cuando la sacias,
si quieres no dejar de tener sed
sino seguir bebiendo día y noche
vasos de sed, no hay duda:
puedes llamarla amor, seguir sufriendo,
y saber que no existe quien te guía.
¿Es la incomprensión de uno mismo lo que desgarra a los humanos? Si en la vida cotidiana de cada ser ello está latente, ¿de qué manera no puede saltar en esa mano tendida que son las relaciones que ansían materializar el amor entre dos seres? Los amantes tienden a una sujeción que les mantenga, que les explique, que les permita avanzar no sé sabe bien siempre hacia dónde, pero que se desea clave para su consistencia interior. A veces quiebra, a veces duda, a veces estalla sin saber por qué. La fuerza del amor es potente pero también se rasga con frecuencia porque no está desprovista de fragilidad. La fuerza del amor es sobre todo una apuesta, donde se despliegan demasiadas estancias de la vida de cada contendiente amoroso que no siempre se sabe ocupar acertadamente. Y surge el choque, la desolación. Y luego el poeta que cada uno lleva dentro en mayor o menor medida, trata de advertirlo con un acto de conciencia singular y catártico...
Dos islas
No hago vida de mí. Cuando estoy solo
no hago vida de mí. Te necesito
a cada instante, siempre, incluso cuando
no sé quién eres tú ni dónde estás
ni qué quieres de mi. Cuando estoy solo
siento que estoy en mala compañía.
No sé hacer vida de mi soledad.
Pero no sé tampoco no estar solo.
No sé de mí sin ti. Te necesito
tanto como te temo. Amo tus manos
tal vez porque no están. Amo el abismo
abierto entre nosotros (¿qué es nosotros?),
que no existimos. Busco otro pronombre
que no sea tú ni yo, nosotros, nadie,
una especie de yu, de to, de tuya
de Mogador para tallar la barca
de madera y mentira
donde huir dónde, juntos, deseándonos.
Somos dos islas una frente a otra
que aman el mar que las separa y une.
La conciencia del amor herido puede llevar al poeta a una especie de autoflagelación, cuyas consecuencias no se miden cuando tienen lugar...
Necesito heridas
Yo necesito heridas para ser
quien soy, flechas y fechas
que se claven en mí, dolor sin causa
para poder quejarme
de mi destino, pena pretendida,
martirio amado, sed de sangre, gozo
de morir a mis manos enemigas
que me desean muerto para amarme
y desde mí me atacan y convierten
mi terror en trinchera y mi tristeza
en estrategia para derrotarme.
Yo necesito heridas para ver
con ellas -ojos rojos- la batalla
En que perezco a manos de mi mismo.
Deseamos que esta breve muestra de Adverbios de lugar satisfagan a algunos amigos de Rayuela y les anime a acercarse a la obra de Juan Vicente Piqueras. Dice Carlos Edmundo de Ory de Piqueras: “Cuando las entrañas del poeta son cristalinas, la sangre de su poesía es pura agua. Hablar con claridad de llanto y de suspiro es ululato, cunea india, saloma desolada. Música dolorismo, pone el dedo en la llaga del espíritu y su poesía es seria, casi santa, melopeya del ser. Y la leemos escuchando su voz errante, beduina, desamparada, cantándonos sus sueños de insomne, llevando a cuestas el saco de carbón de la nostalgia de la vida como fue, como podría haber sido. Escuchamos a un niño arrojando palabras al camino para no perderse, para encontrar la senda del retorno, al acecho de rumbos aéreos, pidiendo puertos, recorriendo tierras remotas, tasmanias el alma.”
Joaquín Ruiz